¿Era posible disponer de comida para llevar hace 2.000 años?
Estos establecimientos se llamaban Thermopolium
Pues sí, aunque nos extrañe y pensemos que eso de “no tengo tiempo ni de hacerme la comida” es más propio de hoy día, nuestro estilo de vida no era tan diferente al de nuestros ancestros en la antigua Roma.
Estos establecimientos se llamaban Thermopolium, “un lugar donde se sirve comida caliente”. Sabemos que en Pompeya y Herculano era posible comprar comida rápida para llevar, había unos 150 establecimientos para este fin.
Entre otros alimentos preparaban una especie de pizza con cebolla y queso, ya que el tomate todavía no había aparecido en Europa. También podían llevar a casa sopas, encurtidos, huevos, pescado, jamón y, por supuesto, vino.
El termopolio es la versión antigua de los “Fast food”, un establecimiento parecido a un “chiringuito” con techo y al aire libre, con un mostrador que ofrecía comida lista para comer. Y curiosamente no sólo era posible que los nobles pudieran disfrutar de pedir comida y que los esclavos les prepararan grandes manjares después de una jornada tediosa en el senado, en los Thermopólios acudía gente pobre, que trabajaban de sol a sol.
El Thermopolium era bastante amplio, constaba de una barra de mármol en la zona interior, haciendo esquina. Tenían unos recipientes de barro incrustados a lo largo de ella como ánforas, con la boca muy ancha y eran cilíndricas en ella, que mantenían las comidas preparadas a buena temperatura, caldos, vinos y/o tapas variadas, que servían a sus clientes. Al igual que hoy día podemos encontrar en cualquier mesón o bar, tenían taburetes pegados a la barra con la diferencia de que los que servían eran esclavos. La comida podía ser fría o caliente e igual que hoy día, podías pagar dentro y salir a la puerta a comerte la comida o bien quedarte dentro y disfrutar del ambiente y la compañía algunos amigos a la hora del almuerzo, degustando vinos de la zona.
Eran los Snack-bar de la antigua Roma, tenían su terraza en la calle para los trabajadores o viajeros que fueran con prisa, donde ponían ánforas encima de los mostradores con unos orificios preparados para que encajaran. Allí pedían un vaso de vino frío o caliente y comían, de pie, un poco de salchichón o tortas calientes.
Aunque no primaba la opulencia, algunos incluso estaban decorados con frescos y tenían capacidad para más de cincuenta comensales y todos podían sentarse a la mesa. Aparte del agua y la leche, el vino era la bebida más habitual en todas las clases sociales y todos lo mezclaban con agua a mayor porción de ésta para beberlo. Tomarlo sin rebajar estaba visto como algo propio de personas desalmadas e imprudentes.
Por lo visto, para conservar el vino, untaban las ánforas que iban a contener líquidos con una mezcla de grasa, resina o brea, que se extraía de la corteza de los árboles y al cocerlo se convertía en una especie de mezcla color parda, que era un poco viscosa para evitar que saliera el líquido por algún poro y así era envasado, después lo tapaban con corcho y con tapones de barro, donde se inscribía su procedencia y el año de la cosecha para almacenarlo. En estas condiciones de conservación el vino, cuándo se servía, no sólo se colaba, sino que también se mezclaba con agua e incluso se mezclaba con miel, para rebajar el sabor y olor tan fuerte que tenía al destaparlo, propio de la mezcla del vino con la pez.
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