Historia Antigua. Utilidad de las ánforas

 

 

“Rodéate de piezas que tengan una historia que contar”

El Mediterráneo antiguo o “Mare Nostrum”, como los llamaban los romanos, tiene 47.000 km de costa y une tres continentes: Europa, África y Asia. En la antigüedad navegaron por él diferentes civilizaciones que nos aportaron un patrimonio de gran riqueza y valor referente para todo el planeta.

¿Sabéis que el Mediterráneo fue la arteria principal del transporte para el intercambio comercial y cultural de los pueblos más antiguos? Su historia está formada por la interacción entre las diferentes culturas de las gentes que vivían en sus costas. Cabe destacar el valor que aportaron las ánforas a su historia, convirtiéndose en el recipiente de transporte marítimo por excelencia, transportando los alimentos perecederos vitales para la vida cotidiana, hasta convertirse éstas en “la moneda de cambio” por su extremado valor comercial. En el Mediterráneo antiguo es donde han confluido hombres, animales de labranza, navíos, mercancías, religiones, ideas y diferentes formas de vida aportando una riqueza marítima impresionante. 

Los humanos que huían de los países fríos, sequías y hambrunas, encontraron la panacea para echar raíces en estas costas fértiles y de cálidas temperaturas. Fue en sus ríos donde nacieron las tres grandes religiones: el judaísmo, el cristianismo y la religión islámica.

Con el paso del tiempo se fueron desarrollando la ciencia y las artes, la agricultura, la artesanía y el comercio. También, gracias a los puertos, se creó una estructura urbana muy fructífera formada por grandes mercados, templos, anfiteatros y espacios para el ocio, esparcidos por sus innumerables calles, con una vida basada en las buenas relaciones de comunidad y vecindad. Los griegos llamaron a este tipo de convivencia “Diaita”. Incluía también los hábitos de alimentación en estas costas y contribuyó a la afamada y reconocida mundialmente “dieta Mediterránea”. 

Transporte marítimo

Según la historia, cuando las antiguas civilizaciones comenzaron a labrar sus tierras y a tener un excedente de cosecha, decidieron customizar sus vasijas con un pico y unas asas para transportar los alimentos perecederos a los países vecinos. Éste fue el inicio del comercio internacional, pues el pico de las ánforas se podía estibar en la arena de los galeones, apilándolas a varios niveles para ser transportadas. Al no existir aún los puertos, al llegar, se volvían a hincar en la arena de las playas y de ahí eran transportadas una a una (por ello las asas) hasta los grandes silos, donde se vertía el contenido y se almacenaba para tener suministro durante todo el año, hasta la próxima cosecha.

transporte marítimo

En la construcción

En la antigüedad la materia prima escaseaba. Todo se reciclaba y se reutilizaba al máximo. Las ánforas que se rompían se machacaban en un mortero y se utilizaban como arena o tierra para hacer una mezcla que se utilizaba en numerosas obras, pues se han encontrado ya molidas para hacer tejas con ellas. Se usaban también para realizar canalizaciones para las aguas residuales, para allanar caminos irregulares, como aislante debajo de los suelos de las casas con mucha humedad, etc.

Del monte Testaccio, una colina formada por tiestos rotos, se extraían fragmentos para muy diversos usos constructivos, tanto que en 1742 el Ayuntamiento de Roma prohibió, bajo pena de 50 escudos de oro, llevarse ni un solo trozo más. Los arqueólogos han aportado datos muy curiosos, como que elaboraban sus basureros a conciencia, levantando unos muros de contención con trozos cerámicos realizados con bastante disciplina.

Moneda de cambio

Las medidas de las ánforas variaban mucho en altura, y aunque las más altas llegaron a medir hasta 1,5 m y otras no superaban los  30 cm, la gran mayoría tenía unos 45 cm. Fue tal su uso y explotación (sobre todo de las destinadas al transporte de vino), que sufrieron una estandarización dando paso al “ánfora cuadrantal” con un volumen de unos 39 L. En adelante la medida de capacidad del Imperio Romano, o lo que es lo mismo una “unidad romana de capacidad”. Igualmente ocurrió con el peso contenido en un ánfora llena de agua, que dio lugar a una unidad monetaria llamada “Talento”.

 

Urnas funerarias y Columbarios

También conocidas como “las mansiones de la muerte”. En los pueblos antiguos, sobre todo en Egipto, enterraban a sus muertos en tinajas, ánforas u otro tipo de vasijas. Pero esta práctica no sólo estaba destinada a la gente rica, sino que era una costumbre popular.  Para ellos estos recipientes emulaban la vagina de una madre y todos sus actos funerarios iban encaminados a la búsqueda de la resurrección.

Han encontrado más de 46 lugares de enterramiento cerca del río Nilo, que datan de alrededor del año 3300 a. C. al 1650 a. C. Además de otros casos de este mismo ámbito, que suponemos pertenecían a la nobleza, gobernadores, etc. Por ejemplo, el hallazgo de la tumba de un bebé en una olla que contenía perlas cubiertas por láminas de oro. También se han encontrado vasijas de oro y marfil, cáscaras de huevo de avestruz, ropa o cerámica. Los cuerpos hallados se encontraban directamente en estas urnas e incluso en macetas cortadas o rotas para adaptarlas a los restos mortales del difunto.

Escondite de tesoros

Un ejemplo es el tesoro de Tomares (Sevilla), algo más de media tonelada de monedas romanas de los siglos III y IV d. C. compuesto por 108.000 monedas romanas, cuyas primeras hipótesis se plantearon en el 2012, con un 80 % de las monedas catalogadas. Puede contemplarse actualmente en el Museo Arqueológico de Sevilla. La crisis del Imperio romano y su separación, surgió entre los siglos III y IV d. C., en la época del emperador Diocleciano. Éste estrenó e instauró la tetrarquía como nueva forma de gobierno, en la que cuatro personas (los tetrarcas) se repartían el poder. El hallazgo de estas monedas quizás pueda contribuir a llenar las lagunas respecto al encuentro casual de este conjunto de ánforas almacenadas (en concreto 19 ánforas que salieron a la luz durante la construcción de una canalización eléctrica en el municipio sevillano de Tomares en el año 2016).

Monte Testaccio

Las ánforas fueron protagonistas de multitud de transacciones comerciales. No todas se podían reutilizar, pues algunas quedaban impregnadas de aceite y salsa garum, por lo que cuando vaciaban su contenido las cargaban en burros, de cuatro en cuatro, todavía enteras, hasta llegar al Monte Testaccio, donde las rompían formando una colina de unos 53 millones de ánforas rotas. En la antigüedad llegó a tener tal tamaño que llegó a considerarse “La octava colina de Roma”. La explicación al origen del Testaccio, situado cerca de los grandes almacenes de la zona portuaria de la antigua Roma, es que el Emperador de Roma, en su afán de que el aceite estuviera al alcance de toda su población, por ser un alimento básico para la dieta mediterránea, controlara el precio sin permitir la subida de éste, así que las galeras arribaban a sus costas repletas de ánforas oleicas en cantidades industriales y tal era el consumo del aceite que las ánforas vacías se amontonaban y tuvieron que habilitar una zona para su desecho y donde, muy ordenadamente, se iban apilando formando muros de contención y creando esta colina de más de 50 m sobre el nivel del mar.

Trofeo deportivo

“Según la historia de las antiguas civilizaciones, las ánforas eran el trofeo por excelencia de las fiestas deportivas que se llevaban a cabo durante las celebraciones religiosas anuales más antiguas e importantes de Atenas. Por otra parte, cada cuatro años, se celebraban las Grandes Panateneas que duraban más que las anuales y que eran las más prestigiosas y apreciadas por los ciudadanos de Atenas, similares en importancia a los Juegos Olímpicos o los Juegos Panhelénicos.

La entrega de un ánfora como premio o trofeo en la antigua Grecia nos muestra el espíritu de la competitividad a través del arte, es por eso que muchos de los actuales trofeos tienen forma de ánfora. Los antiguos griegos concursaban por todo, competían los mortales y también los dioses y semidioses de su cultura. Todos rivalizaban entre sí. Pero la competición no se entendía como una forma de ensalzar el ego, como un alarde de superioridad individual. No. La competición era  un elemento de cohesión social que transmitía a los ciudadanos la idea de que la perfección lleva implícito horas de trabajo y que los objetivos se conseguían fortaleciendo la voluntad.”

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